sábado, 31 de octubre de 2009

Ahora tendré que salir a buscarme...

...Alquien que me arranque de cuajo la pena;
De alguna manera tendré que olvidarte,
tengo que olvidarte de alguna manera.




Escucho esa canción y me imagino sentada en el marco de alguna ventana que jamás ví, en un piso de alguna calle que jamás pisé, viendo los coches pasar. Me veo pensando en alguien que jamás toqué, en alguien que no conozco, y a pesar de ello no logro sacar de mi cabeza. Siguen sonando los acordes y me imagino recordando las lágrimas que derramé años atrás por empeñarme en perseguir imposibles, por no querer asumir que la realidad es lo que es, por no rendirme a aceptar que el destino no existe, y que si existe, no se ciñe a mis deseos ni esperanzas. Me veo recordando las veces que sentí el mundo caer a mi alrededor y dejar todo en ruinas, todas las veces que deseé no seguir aquí, todas las veces que creí que no había nada más por lo que seguir. Me imagino también recordando las risas, los chistes malos que tanto me gustan, las veces en las que me quedé quieta, sentada en la mesa, mientras veía a mis amigos saltar de un lado para otro. Me imagino riéndome al recordar lo tonta que he sido siempre, y me imagino soltando una triste carcajada al darme cuenta de que, a pesar de todo, siempre seguiré siendo la misma tonta.

Ahora tan sólo lo estoy imaginando, simplemente suena una canción y mi mente echa a volar. No me gusta el mundo que me rodea, las leyes no escritas que se me imponen sin razón alguna, las obligaciones, los horarios, las normas sin sentido que -supuestamente- su cumplimiento o no nos determinan el grado de madurez.

Cambio de canción...



Caminos, autopistas,
semáforos en verde...


Ahora me imagino en un mundo en que, a pesar de que nada haya cambiado, sienta que tengo el control de mi vida, que el viento me da en la cara y que puedo llenar los pulmones de aire y no ahogarme, sentir que no me asfixio en las cuatro paredes de una habitación, que no estoy atada con unas cadenas invisibles que me impiden ser yo. Me imagino paseando por una calle que no sé si ha inventado mi mente o que sí existe y está, allí, esperando a que yo la pise y vaya haciendo el tonto por el bordillo tarareando una canción. Me imagino dando vueltas a una misma manzana mientras chispea y se me moja el pelo, y, por despistada, piso los charcos, pero entonces no tendré a nadie que me diga que eso no está bien, que eso es de locos. La canción suena... Me hace pensar en una imagen de mí misma, con los auriculares puestos, ajena al vaivén de la ciudad, sentada en cualquier autobús mirando por la ventanilla.

Claro... No puede ser que todo sea bueno, si quito la canción, la puta realidad se me viene encima. Me imagino simplemente, como hoy, como ayer, como mañana, como el mes que viene. Sentada en otra silla, escribiendo encima de otra mesa, mirando la pantalla de otro ordenador. Puede que nada sea igual, pero nada será distinto. Posiblemente, pasearé por esa calle, lloverá, tararearé una canción, y echaré de menos alguien que lo entienda. Alguien que al verme sonría y le palpite el corazón más rápido de lo normal. Mi pelo se mojará bajo la lluvia, pisaré los charcos por despistada, pero no habrá alguien que se ría de mí por vivir en la Luna, ni habrá nadie que quiera vivir en la Luna conmigo. Escucharé mil canciones en las mil veces que miraré por la ventanilla del autobús, pero no podré apoyarme en el hombro de quien tenga al lado cuando el sueño venga a por mí.

Cuando por la noche quiera mirar al cielo, las estrellas no lo entenderán, pero sin unos ojos al lado mirándolas conmigo, no será lo mismo. Cuando desee abrazar a alguien, sentir el calor de alguien, querer y ser querida. Cuando la soledad me abrume y no tenga con quién compartirla...

Cuando quiera contarle a alguien que un día yo escribí esto, ¿a quién lo haré?

viernes, 30 de octubre de 2009

Octubre

Miro por la ventana, es casi noviembre y el cielo está despejado. La temperatura es, cuanto menos, agradable, y el abrigo sigue en el armario. Me gusta que llueva, ver la lluvia repiquetear en las persianas y disfrazar los cristales con pequeñas motas transparentes de agua. Me gusta ver a la gente correr tapándose la cabeza... Me río, porque ellos corren... Como si más adelante no lloviera. También observo cómo el agua discurre por las calzadas y se pelea por colarse entre las rendijas de las alcantarillas. Me gusta cuando llueve y apenas se ve el otro lado de la calle de lo copiosa y opaca que es la cortina de agua.

Tres días antes de llover, el cielo está limpio, azul, de terciopelo. Dos días antes las nubes se agrupan y parecen pequeños borregos pastando en la tierra azul celeste. Horas antes de llover, el aire se revoluciona, las nubes se oscurecen, se hace de noche. El viento sopla fuerte, me gusta cuando me enreda el pelo y me da en la cara. Minutos antes, llega la calma. Y entonces el cielo llora. Llora mansamente.

Las nubes, tristes por su destierro en el cielo, por su condena a mirar las alegrías, las penas, las risas, las palabras que se lleva el viento, el amor, la amistad, el odio, sin más opción que bañar todas esas cosas con su frío llanto. Las nubes se ponen grises, se visten de tristeza, y nos hacen llegar su melancolía en forma de gotas. Gotas que cada vez caen más rápido, porque, las nubes, igual que nosotros, una vez empiezan a llorar no pueden parar.

Después de la lluvia, el viento vuelve a soplar, pero esta vez mansamente; no me enreda el pelo, lo agita y mece, y acaricia cada rincón de cada calle, como queriéndose llevar la tristeza derramada por el cielo, allá en su cárcel de estrellas. Las nubes, desahogadas, empiezan a separarse, y vuelve a llegar el día. Hasta nosotros llega un olor que nadie puede confundir: el olor a lluvia. El olor a hierba fresca que se puede respirar incluso en plena urbe, el olor a vida. El olor a tierra mojada, fruto de la tristeza, de lo gris.

Lo más bello que le puede ocurrir a alguien es ver llover, e imaginar que las nubes, en su pena, nos regalan sus lágrimas para que el viento luego roce nuestra cara, aspiremos hondo, y nos sintamos vivos.

Hoy, es treinta de octubre de dos mil nueve, en pleno otoño, y hoy, hizo calor. Nos empeñamos en hacernos daño, en vivir deprisa sin oír el latido de la vida que nos envuelve. Hoy la gente agradecía el buen tiempo un treinta de octubre de dos mil nueve.

Yo... Sólo quiero que llueva.