viernes, 30 de octubre de 2009

Octubre

Miro por la ventana, es casi noviembre y el cielo está despejado. La temperatura es, cuanto menos, agradable, y el abrigo sigue en el armario. Me gusta que llueva, ver la lluvia repiquetear en las persianas y disfrazar los cristales con pequeñas motas transparentes de agua. Me gusta ver a la gente correr tapándose la cabeza... Me río, porque ellos corren... Como si más adelante no lloviera. También observo cómo el agua discurre por las calzadas y se pelea por colarse entre las rendijas de las alcantarillas. Me gusta cuando llueve y apenas se ve el otro lado de la calle de lo copiosa y opaca que es la cortina de agua.

Tres días antes de llover, el cielo está limpio, azul, de terciopelo. Dos días antes las nubes se agrupan y parecen pequeños borregos pastando en la tierra azul celeste. Horas antes de llover, el aire se revoluciona, las nubes se oscurecen, se hace de noche. El viento sopla fuerte, me gusta cuando me enreda el pelo y me da en la cara. Minutos antes, llega la calma. Y entonces el cielo llora. Llora mansamente.

Las nubes, tristes por su destierro en el cielo, por su condena a mirar las alegrías, las penas, las risas, las palabras que se lleva el viento, el amor, la amistad, el odio, sin más opción que bañar todas esas cosas con su frío llanto. Las nubes se ponen grises, se visten de tristeza, y nos hacen llegar su melancolía en forma de gotas. Gotas que cada vez caen más rápido, porque, las nubes, igual que nosotros, una vez empiezan a llorar no pueden parar.

Después de la lluvia, el viento vuelve a soplar, pero esta vez mansamente; no me enreda el pelo, lo agita y mece, y acaricia cada rincón de cada calle, como queriéndose llevar la tristeza derramada por el cielo, allá en su cárcel de estrellas. Las nubes, desahogadas, empiezan a separarse, y vuelve a llegar el día. Hasta nosotros llega un olor que nadie puede confundir: el olor a lluvia. El olor a hierba fresca que se puede respirar incluso en plena urbe, el olor a vida. El olor a tierra mojada, fruto de la tristeza, de lo gris.

Lo más bello que le puede ocurrir a alguien es ver llover, e imaginar que las nubes, en su pena, nos regalan sus lágrimas para que el viento luego roce nuestra cara, aspiremos hondo, y nos sintamos vivos.

Hoy, es treinta de octubre de dos mil nueve, en pleno otoño, y hoy, hizo calor. Nos empeñamos en hacernos daño, en vivir deprisa sin oír el latido de la vida que nos envuelve. Hoy la gente agradecía el buen tiempo un treinta de octubre de dos mil nueve.

Yo... Sólo quiero que llueva.

2 comentarios:

Ruben dijo...

la lluvia, toda una fuente de inspiración y belleza :)

sueños de amor dijo...

Esta precioso, es tan real y hermoso como la naturaleza misma, como la lluvia cuando cae, me encanta todo, que Dios les bendiga y siga escribiendo versos llenos de bellezas y humedecido de la lluvia calida del arte de escribir versos.