miércoles, 4 de noviembre de 2009

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Ibas en el coche, parecías ausente, perdida en el mar de luces de la ciudad. Yo conducía con un ojo en la carretera y otro en tu cuello, que latía dulcemente y quedaba al descubierto tras echarte el pelo hacia un lado. Sé que sabías que te estaba mirando, y sé que te gustaba que lo hiciera. Aunque a veces casi me hacías creer que estabas ausente de verdad, y que te olvidabas de mi presencia. Eso me hacía sentir bien, me hacía notar que confiabas en mí tanto como para descubrirte de ese modo, como para mostrarte tan débil ante mí. De repente clavaste tu mirada en mis ojos, me pillaste mirándote de reojo. Sonreíste.

- Me siento tan estúpida a veces...

Qué gracia, yo acababa de sentirme estúpido hacía unos segundos. No me dió tiempo a responder.

- Oye, tú no cobrarás derechos de copyright, no?

¿A cuento de qué venía eso? Me dejó totalmente desconcertado, solía hacerlo a menudo. Ella tenía esa capacidad sobre mí, entre otras muchas. Ante mi cara de sorpresa, soltó una silenciosa carcajada, y volvió a mirar a la calle, a fijar sus ojos en el infinito, sin quitar esa melancólica sonrisa tan suya, de sus labios.

Esperé el tiempo necesario, sabía que ella no daba puntadas sin hilo, y que terminaría lo empezado. Miedo me daba lo que aquella chica pudiera soltar en cualquier momento. Qué loco me tenía... y lo malo, es que ella lo sabía.

Estaba yo en mis divagaciones sobre el tiempo y el espacio, que nos separaban y nos juntaban respectivamente, y en el por qué de muchas cosas, cuando volvió a espetarme:

- Pues espero que no tengas.
- ¿El qué? - por fin conseguí decir algo, aunque fueran esas dos palabras sin sentido.
- Copyright - Y volvió a reírse, marcando en su cara esos hoyuelos que tanto me gustaban. Empezaba a ponerme de los nervios. No sabía si esperar a que terminara de hablar o aparcar en cualquier sitio y callarla a besos, aún hoy me pregunto qué sería eso tan especial que emanaba aquella chica.

- ... Porque yo no tengo mucho dinero, y llevo varias noches soñando contigo.

Me lo dijo con un destello de ternura en los ojos, con un volumen tan bajo que apenas pude oírla, no sabía si se estaba riendo de mí o me estaba pidiendo a gritos que la quisiera. Simplemente, aquella noche, fuimos la persona más feliz del mundo. Sí, sí, la persona, porque dejamos de ser dos, aunque sólo fuera por unas horas.

1 comentario:

Ruben dijo...

Precioso, el final es perfecto (L)